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Carta de Marcelino Champagnat a un educador marista del siglo XXI

Querido educador marista1

Próximos ya a la celebración del bicentenario de la fundación de la Congregación de los Hermanitos de María, quiero escribirte esta carta para exponer mi pensamiento sobre cómo creo yo que hay educar en el comienzo del siglo XXI.

Sé que vives en tiempos difíciles; los tiempos en que yo viví tampoco fueron fáciles. Nací en Rosey, una aldea de Marlhes, un pueblo del departamento de Loire, -Francia-, cerca de Lyon; y nací el mismo año de la Revolución Francesa, una revolución en la que fueron asesinadas muchas personas inocentes. Siendo muy niño y oyendo hablar a mi tía y a mi madre de aquellos horrores, pregunté: – Tía, ¿qué es la revolución? ¿una persona o una fiera? Mi mente de niño no podía comprender por qué los hombres se mataban de esa manera.

Como consecuencia de empezar a vivir en aquellos años turbulentos, mi primera educación fue de mala calidad; fui un escolar fracasado, pues abandoné la escuela al día siguiente de asistir a mi primera clase, y no conseguí saber leer y escribir sino con infinitas dificultades por falta de maestros capaces; este fracaso me acompañó toda mi vida y solo pude salir de él con un trabajo, esfuerzo y constancia sin límites. Por eso valoro tanto la buena educación. Conforme iba creciendo pensé que tenía que hacer algo para contribuir a que los niños y jóvenes tuvieran las ventajas educativas de las que yo estuve privado. Fue entonces cuando me dije: “Necesitamos Hermanos y buenos educadores”.

Querido educador marista, yo creo que la educación no cambia el mundo, pero forma las personas que pueden cambiar el mundo.Lo que se da a los niños, los niños lo darán a la sociedad. Te lo voy a decir más poéticamente: ¡el futuro tendrá tus ojos! …yo creo que el futuro del mundo se encuentra hoy en tu salón de clase. ¡Cuán grande es tu responsabilidad ante ti mismo, ante la sociedad y ante Dios!

Estoy convencido de que la educación es una tarea humanizadora, que permite a los niños llegar a ser aquello a lo que están destinados por su propia naturaleza: ser personas íntegras y civilizadas, liberadas de la tentación de la barbarie. La educación pone las bases y promueve el crecimiento del niño en todos los aspectos, pues educar es despertar la inteligencia, abrir el corazón, enseñar a vivir en sociedad, fortalecer la voluntad, iluminar la conciencia y enseñar los conocimientos propios de un oficio; todo eso se resume en la frase que hemos leído tantas veces: lograr toda la belleza y perfección que sea posible en el ser humano. ¡Qué cambio veía yo en los niños que asistían a nuestras escuelas de los pueblecitos de Francia antes y después de asistir a nuestras aulas! Y todo se debía a la educación que impartían los primeros Hermanos.

Por eso, mi querido amigo, quiero expresarte mi gratitud y decirte que te admiro por haber escogido la vocación de educador en este siglo en el que educar no es una profesión bien valorada. Sin embargo, a pesar de ello, la educación es un derecho fundamental de toda persona y al mismo tiempo el instrumento más eficaz para luchar contra la pobreza y discriminación, pues donde hay educación no hay distinción de clases.

Algunas convicciones personales sobre la educación

Reconozco que la instrucción, aprendizaje y formación de los jóvenes es un bien para la persona y para la sociedad. Cada generación hereda un legado cultural valioso; los niños comienzan siendo como bárbaros, fuera de las murallas de la cultura, y educarlos es introducirlos dentro de la ciudadela de la civilización, lejos de la barbarie. Se trata de iniciar a los estudiantes en valores, actitudes y conocimientos que la sociedad en la que viven ha descubierto como valiosos.

Yo creo que no hay mayor injusticia, escándalo y discriminación en un país que dar una educación mediocre, pues condena a los niños y jóvenes, de por vida, al atraso y a la pobreza y les cierra las puertas del conocimiento y del progreso personal y social. Yo he sido testigo de cómo cada día se realiza en las aulas un milagro: almas ciegas, sordas y mudas se abren a nuevos horizontes; por eso creo que la educación es el oficio más noble del mundo, pues la materia prima con la que se trabaja es un ser humano, valioso, único, irrepetible, hecho de carne y de sangre y de tímidas esperanzas. En alguna parte he leído: “Yo, si tuviera hambre y me sintiera desvalido en la calle, no pediría un pan; pediría medio pan y un libro”… Libros y buenos libros para ser leídos, son los que necesita nuestro mundo. “¡Enviadme libros, muchos libros, para que mi alma no muera!”. ¡Qué gran verdad!

Estoy convencido de que el niño y el adolescente no pueden formarse sin esfuerzo, trabajo y voluntad: es lo que yo llamo la pedagogía del esfuerzo y del trabajo bien hecho. Es una de las características de la educación marista de todos los tiempos. A través de la pedagogía del esfuerzo, tratamos de que los jóvenes adquieran un carácter y una voluntad firmes, una conciencia moral equilibrada y valores sólidos en los que fundamenten su vida. Yo creo que todo aquello que elimine el esfuerzo y la regulación personal en el aprendizaje, no es educación, es dejar al estudiante abandonado a su libre desarrollo. Esta forma de educar -deseducar, diría yo- confunde lo que el estudiante quiere con lo que el estudiante necesita; falta la distinción entre deseos y necesidades, y de esa forma la educación queda a merced de las veleidades del capricho.

La educación se consigue a través de una relación continua entre los estudiantes y los maestros, por el ascendiente moral de estos y, cuando sea necesario, por la corrección respetuosa y amable. Tolerar que el niño viva indisciplinado, dejarle con sus defectos y permitirle seguir sus caprichos, no es amarle; es una falta de respeto hacia él. Es verdad que no se puede educar a un niño a base de golpes, pues los castigos físicos no orientan el corazón al bien.

En algún sitio leí que la educación es como una pared que ofrece suficientes agarres para que el estudiante pueda escalarla por sí mismo, con algunos consejos que le ayuden a sortear los obstáculos y un seguro que le permita correr riesgos sin ponerse en peligro; es una ocasión para superarse y, al final, sentirse orgulloso de lo que ha logrado. Los educadores y los educandos de comienzos del siglo XXI vivís en un mundo en el que el futuro se llama incertidumbre; por eso educar es enseñar a navegar por el océano de la incertidumbre apoyados en archipiélagos de certezas y con un horizonte de esperanza que da sentido. En este contexto la educación deberá proporcionar a los discípulos las cartas náuticas que le permitan orientarse en el mar proceloso de la vida, sin naufragar en él.

El trabajo bien hecho es un medio de realización humana, pues permite desarrollarse como persona y posibilita poder ayudar a los demás. Yo os digo a vosotros, educadores maristas, lo que tantas veces dije a los primeros Hnos.: hay que tener la “pasión por el trabajo”, y no considerar el trabajo como una pesada carga sino como una liberación, pues el trabajo es el motor que nos impulsa a vivir, a ir más allá, a soñar y a crear; y enseñar esto a los estudiantes, pues si son trabajadores, podrán sentir la satisfacción, la alegría y la seguridad de que proponiéndose metas, las pueden lograr poniendo los medios, aunque exijan esfuerzo. No se trata de voluntarismo, sino de que cada uno, con su trabajo, asuma la propia responsabilidad en el proceso de desarrollo personal.

Yo creo que la educación es más una evocación -una llamada- que una invocación -un mandato-; no se trata de imponer, sino de sugerir, mostrar caminos, abrir horizontes… enseñar al estudiante a volar con sus propias alas; así la educación se convierte en auto-educación.

El escenario ha cambiado

En estos últimos años el escenario mundial ha cambiado y el rol del maestro también. En mi tiempo el maestro era reconocido, valorado, era un modelo para sus discípulos, pero ahora, además de exigírsele el dominio pleno de los contenidos de su especialidad, se le asignan otras funciones; ahora se le pide que sea un diseñador de estrategias y de ambientes de aprendizaje, un creador de conflictos cognitivos, un guía cualificado, un mediador del aprendizaje, un orientador del proceso de aprendizaje-enseñanza y un ejemplo para los discípulos.

La sociedad en que vivís es llamada postmoderna; en ella se ponen en duda todas las certezas y se vive instalados en el relativismo, hedonismo, lo efímero y, en consecuencia, en una crisis de valores. El gran valor emergente es lo útil y lo práctico .Hoy se afirma, como antes hicieron los sofistas, que no hay verdades absolutas y que el hombre es la medida de todas las cosas.

Es verdad que no se ha destruido la religión, pero sí que hay una deserción de las religiones institucionales, recurriéndose a rituales esotéricos de todo tipo. Ciertamente nunca ha habido tanta increencia en el mundo, junto a tanta credulidad…

Lo que necesitan los estudiantes de hoy es aprender a vivir en este mundo, que es diferente del nuestro, cuando teníamos su edad; ni ellos sobrevivirían en nuestro mundo, ni nosotros en el de ellos si no nos adaptamos. Si la educación tiene por misión el desarrollo integral de la persona, en el ámbito personal, social y trascendente, aquí tenéis un gran campo para trabajar.

En este mundo que acabo de describir, el bien, la verdad y la belleza han perdido su vigencia y se han visto socavados por el relativismo; sin embargo, educar en la apreciación del “bien, la verdad y la belleza” es el elemento clave de la educación de la persona.

En este mundo en que os toca vivir, se acabaron las certezas y el futuro se llama incertidumbre; se ha gestado el hombre ligth, un ser superficial, lleno de cosas pero vacío de ideales valiosos, incapaz de asumir compromisos y responsabilidades. Estamos en la sociedad del espectáculo, de las pantallas, de las apariencias y de la superficialidad. De esta crisis solo se puede salir si existe una transformación total de las personas, y esta metamorfosis solo la puede hacer la educación; está en vuestras manos.

Vuestro gran desafío es formar personas que desarrollen la inteligencia -inteligencia cognitiva- y el corazón – la inteligencia emocional- para que puedan insertarse en el mundo complejo en el que viven. Los nuevos pobres de hoy no son solo los pobres económicos, sino también los pobres de inteligencia, los carentes de sentido en su vida, los huérfanos de toda referencia moral, los desprovistos de criterios que permitan y faciliten la convivencia con los demás.

Un autor ha dicho que para educar hay que desarrollar en la persona una inteligencia sintiente y un corazón inteligente. Se trata de desarrollar capacidades-destrezas y valores-actitudes que permitan al discípulo aprender durante toda la vida, ser un profesional al servicio de la sociedad y desarrollar una biografía feliz. Se trata de saber hacer y saber lo que se hace y ser persona para transformar el mundo y servir a la sociedad. En el inicio del siglo XXI la información se multiplica cada día. El gran reto de la escuela es preparar a los estudiantes para que sean capaces de crear conocimiento a partir de la información. El problema radica no tanto en acumular o transmitir conocimientos, sino, sobre todo, en producirlos y hacerlos propios.

El maestro, piedra de toque de la educación

Sabéis, igual que yo, que en el mundo abundan los que dicen que enseñan, hay algunos que son profesores, pero escasean maestros. Solo el maestro tiene autoridad y es capaz de compartir con sus discípulos lo mejor de sí mismo, no solo a nivel de conocimientos sino de experiencias de vida y de sentido. La pedagogía moderna dice que el maestro es un mediador que posibilita el desarrollo integral de los estudiantes; eso es verdad, porque la misión del maestro no es enseñar, su misión es colocar al estudiante en situaciones en las que pueda aprender. El maestro es una persona que busca generar más preguntas que respuestas; es el que promueve el sentido crítico, el discernimiento, la cultura del esfuerzo y de la responsabilidad. El verdadero maestro es razón y es emoción, pues sabe llegar a la inteligencia y al corazón de los estudiantes. Educa con la inteligencia y con el afecto sincero a los estudiantes; un afecto maduro y sin manipulaciones psicológicas.

El maestro, más que enseñar conocimientos, debe enseñar a pensar, a sentir y a amar. Solo así podrá el estudiante recorrer el camino de su desarrollo, descubriendo todo aquello que llena su corazón con una sabiduría capaz del asombro y de la búsqueda de sentido en la vida. Quien no adquiera estos aprendizajes quedará reducido a repetir los saberes de otros.

El verdadero maestro es aquel que despierta la conciencia del discípulo y hace aflorar en ella la verdad; es aquel que ayuda a descubrir y a reconstruir el mundo; es el que proporciona los instrumentos para descubrir los saberes y para verificarlos. Para ello el maestro debe tener identidad, simpatía, es decir, una personalidad propia, definida y atractiva.

El buen maestro educa en la verdad, en el bien y en la belleza, como una forma de introducir al discípulo en el sentido de la trascendencia, de la solidaridad, de salir del narcisismo hedonista, para estar al servicio de los que lo necesitan; es la manera de hacer realidad lo que tantas veces os he dicho: nuestro fin es formar buenos cristianos y honrados ciudadanos.

Un autor, cuyo nombre no recuerdo, ha definido la educación como la introducción del hombre en la realidad total; estoy totalmente de acuerdo con él, pues creo que educar es hacer que los estudiantes aprendan a buscar la verdad, el bien y la belleza y su significado profundo. Para que una educación sea integral es necesario no olvidar la dimensión trascendente de las personas, pues la trascendencia es una dimensión tan real como la inmanencia. Esta educación para la trascendencia ayuda a responder las preguntas sobre el sentido de la vida; no os olvidéis de que si encontramos nuestra alma, hemos encontrado el centro del universo.

Para educar hay que amar a los estudiantes

La educación comienza con un acto de amor -el de los padres-, continúa con el amor de los maestros y concluye con un acto de amor del propio estudiante. Este acto de amor de los padres y de los maestros se expresa por la coherencia de vida y el testimonio personal. Vosotros sabéis que es la hora de los testigos, más que de los maestros, pues el hombre del siglo XXI escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, y si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio. Estoy convencido de que la promoción humana es una manera de evangelizar. Hay que hacerlo con el testimonio de vida y en las situaciones en las que se aparece la capacidad de escucha y acogida. El verdadero maestro, más que enseñar a los niños los encanta y si les enseña es porque están encantados con él. ¡Cómo van a acepta el mensaje si no aceptan al mensajero…! Así se logra que el estudiante aprenda a través de su propia pasión; de esta manera consigue que el estudiante corra en búsqueda del conocimiento, no que el conocimiento vaya en búsqueda del niño. Cuando todo esto tiene lugar, el ir a la escuela no es para los niños una penosa obligación, sino una gozosa necesidad.

Estoy seguro de que conocéis la regla de oro del espíritu de la pedagogía marista: Para educar a los niños hay que amarlos y amarlos a todos por igual. Por eso he dicho tantas veces que el maestro que no ama a los niños no sirve para educar, porque la educación es una obra del corazón y no hay pedagogía sin ternura. Los afectos son la fuerza que mueve el desarrollo de los niños y jóvenes; dar amor a los niños ya es educarlos. Sabemos que la ternura ha sido expulsada de la academia, sobre todo en la educación superior. Os pido un afecto y una ternura que no instrumentaliza el mundo afectivo y las relaciones con los niños, sino que se basa en la confianza y la transparencia.

La pedagogía del amor es la pedagogía típica de la escuela marista, pues enseña una manera de estar en el mundo, un estilo de ser persona y una inserción activa en la sociedad, tratando de llegar a toda la comunidad educativa. Es la aportación que hace nuestra escuela, desde la fe, a la construcción del hombre nuevo.

Para educar de forma correcta hay que permanecer mucho tiempo junto a los niños y jóvenes; ser maestro, orientador, animador, despertando en el estudiante sus mejores ideales. No me gustan los Hermanos y educadores cuya sola presencia asusta a los niños y jóvenes. El maestro que ama puede reprender, avisar, aconsejar; el amor y respeto que manifiesta en sus palabras, da a estas nueva fuerza y mayor peso, pues son recibidas como testimonio de amistad y de que se busca lo mejor para ellos.

La educación es, ante todo, fruto del buen ejemplo; no hay mejor ejemplo para un niño que el de sus padres y el de sus maestros, porque el niño aprende más por lo que ve que por lo que oye. La obediencia de los estudiantes se consigue con la autoridad moral de quien los educa. Si el colegio debe ser una familia, debe reinar en él sentimientos de amor, respeto, confianza y no temor a los castigos.

Los niños y adolescentes, a veces, son ruidosos, molestos, revoltosos, ingratos, poco responsables, etc., pero, en todos esos casos, hay que poner buena cara, hay que amarlos como son, hagan lo que hagan y sean lo que sean, pues es el único modo de trabajar con fruto con ellos y por ellos, ya que la educación sin amor es imposible. El mejor regalo que puede ofrecer un educador a sus discípulos es transmitirles la paz y la coherencia que cultiva en su interior, pues no hace más que trasparentar lo que vive. A esto yo lo llamo, sencillez marista.

Por otra parte, hay que pensar que son niños y adolescentes y que si fueran perfectos y estuvieran bien educados, no necesitarían asistir a nuestras escuelas; precisamente debemos ocuparnos de ellos porque tienen defectos y deben aprender muchas cosas, sobre todo la más importante: aprender a vivir.

Para acertar plenamente como maestro es preciso tener amor a los niños y jóvenes. Hay que dedicar toda la existencia, la inteligencia y el corazón a este noble ministerio. Si hay que cuidar a algunos estudiantes con más esmero es a los pobres y a los más ignorantes; estos niños son en la escuela como los enfermos en las familias; hay que darles más cuidados, pues son los que tienen más necesidad.

La tecnología en el aula…

Sabéis que yo no era pedagogo, pero hice todo lo posible para que los Hermanos aprendieran a ser maestros usando los mejo-res métodos pedagógicos de la época. Así, busqué y utilicé los métodos de las congregaciones de mi época que tenían más experiencia, como los Hermanos de La Salle y los Jesuitas; poco a poco fuimos adquiriendo nuestro propio método.

Os quiero decir que hay que estar permanentemente actualizados en la metodología y la didáctica; considero que si enseñamos hoy a nuestros estudiantes como enseñábamos ayer, les estamos robando su futuro, porque hay que prepararles para un mundo cambiante e imprevisible.

Hoy existe mucha tecnología educativa; no olvidemos que son herramientas -y nada más que eso- que hay que saberlas usar de forma adecuada para los propósitos del aprendizaje de los estudiantes, pues, si no es así, nuestros alumnos pueden tener tecnología cien y pensamiento cero, y en el aula se puede utilizar mucha tecnología y no enseñar casi nada. El uso de la tecnología en el aula no es para entretener, es para educar y para que los estudiantes aprendan más y mejor. El reto de la escuela marista es preparar al estudiante para que sea capaz de dar respuesta a las preguntas y retos que se le formulen en un mundo que ni siquiera sabemos cómo será en el futuro próximo.

Os quiero contar algo que me ocurrió; un día vi a un Hno. que llevaba bajo el brazo unos materiales pedagógicos con este nombre: “Grandes medios de éxito”; le pregunté cuáles eran esos medios y el Hno. me respondió que eran dibujos, mapas, viñetas, muestras de caligrafía, etc. Yo le dije que estos medios eran necesarios para un educador, pero que había otras cosas más importantes y necesarias. Hoy podría decir lo mismo de las tecnologías.

Yo creo en el rol irrenunciable del profesor-educador en la escuela; creo que no puede ser sustituido por una máquina, pues la educación no es un oficio para ganarse la vida, sino que es un oficio para ganar la vida de los demás, y eso solo se consigue por el contacto humano, la presencia, el ejemplo, el trato cordial y la ayuda cuando la requieran los estudiantes.

La educación integral

Educar de forma íntegral a la persona es darle la posibilidad de humanizarse, de desarrollar sus talentos, de conseguir su autonomía para participar en la vida pública, así como para tener la capacidad de gozar de la dignidad inherente a la persona humana. Se trata de desarrollar en los niños y jóvenes una serie de capacidades cognitivas y emocionales, -capacidades y valores- y cultivar su capacidad de amar, el sentido de la justicia y de la solidaridad. Si hay algún privilegiado en la escuela marista, son los estudiantes con problemas, los que hacen la vida imposible porque paran todo el día molestando y los que tienen necesidades especiales; lo que vosotros llamáis la educación inclusiva.

El fin de la educación que perseguimos es formar personas libres, fraternales, con sentido crítico y talante democrático, promotores de justicia, de verdad y de paz; para ello hay que enseñarles a vivir en libertad y con responsabilidad y que aprendan que elegir bien es elegir el bien; deben ser personas conocedoras de sus limitaciones, pero con capacidad para superarse continuamente, en armonía consigo mismas, con los demás, con el mundo y con Dios. Hay que optar por una educación que permita a la persona insertarse en la sociedad en la que vive como un sujeto responsable, sociable, valioso, dinámico y creativo, comprometido con el bien común, con la solidaridad y en apertura y diálogo con los demás. Insisto en educar en la creatividad, esa característica divina, que creó todas las cosas de la nada y las recrea maravillosamente cada amanecer; como os dije tantas veces, se trata de formar buenos cristianos y honrados ciudadanos.

En consecuencia, educar a un niño no es solo darle los conocimientos de las distintas asignaturas, pues el ser humano es mucho más que la sola inteligencia, es también conciencia y corazón.El desarrollo armónico e integral de la persona implica desarrollo de la inteligencia y de las emociones. También es necesario desarrollar el sentido trascendente de la persona. Para ello hay que enseñar al estudiante a leer los acontecimientos del mundo de forma personal y a adoptar una actitud crítica frente a la sociedad para poder transformarla. Esto requiere preparar a la persona para que se niegue a aceptar la realidad actual como la única realidad posible y que se comprometa a transformarla. Es la pedagogía de la utopía y de la esperanza.

Os he dicho muchas veces que si en nuestras escuelas nos limitáramos a enseñar las ciencias profanas, no tendrían razón de ser los Hermanos y educadores maristas; eso ya lo hacen otros docentes; y si sólo nos propusiéramos la instrucción religiosa, nos limitaríamos a ser simples catequistas. No, nuestro propósito es enseñar a los estudiantes las ciencias profanas y enseñarles las virtudes del buen cristiano y del honrado ciudadano.

Para conseguirlo, hemos de ser auténticos educadores, conviviendo con los niños y jóvenes el mayor tiempo posible.

Educación cristiana de niños y jóvenes

La formación religiosa promueve la integración del saber y la vivencia de la fe en el conjunto de los demás saberes; lleva al estudiante a realizar un diálogo y una síntesis entre fe, cultura y vida, para que pueda actuar con libertad, autonomía y responsabilidad. Se trata de inculturar la fe y evangelizar la cultura. Además, posibilita el desarrollo espiritual, psicológico y cultural de la persona y le permite estructurar y sistematizar los contenidos de la fe. De esta manera madura su personalidad y aprende a discernir, con sentido crítico, cómo debe actuar. La mejor pedagogía no es la que da respuestas, sino la que ayuda a formular preguntas y a encontrar respuestas; la que permite hacerse preguntas sobre cuestiones importantes de la vida y del sentido último de la existencia humana, de la historia y del mundo; la que descubre el sentido de la vida y posibilita la apertura al misterio; se trata, como ya os he dicho, de introducir al estudiante en la realidad total, es educar en la búsqueda del sentido de la vida, y no olvidéis que educar no es llenar un vaso, sino encender una luz…

Sabemos que todo valor humano es también un valor cristiano. Los valores implican una forma de vivir. Educar en valores es formar al hombre desde dentro, es liberarlo de los condicionamientos que le impiden vivir plenamente como persona humana. La escuela marista quiere educar en valores humanos y cristianos, porque la mayor aspiración del ser humano, su sentido pleno, su horizonte esperanzado, lo encontramos en Jesucristo.

Sabéis que nuestra misión es educar cristianamente a los estudiantes, pero para educar a una persona como cristiano, primero tiene que ser educada como persona para, en una etapa posterior, anunciarle el evangelio; aquí está el origen de muchos desencuentros y problemas en la clase de religión y en la catequesis. Antes de sentir necesidad de que alguien me salve, he de descubrirme yo a mí mismo como alguien que necesita ser salvado, he de descubrir la dignidad de las personas, reconociendo así mi propia dignidad y mi capacidad para ser libre y poder tomar decisiones. El anuncio explícito de la fe se sitúa pasado este umbral. Esa es la función propia de la catequesis.

Un hermano y un educador marista es un sembrador de evangelio. La educación de los niños y jóvenes no es un oficio, es un ministerio religioso y un verdadero apostolado. Educar a un niño no es solo enseñarle a leer y escribir, así como los distintos conocimientos; educar a un niño es darle a conocer su destino sublime y proporcionarle los medios para lograrlo. Educar es hacer del estudiante un buen cristiano y un virtuoso ciudadano. Estoy convencido de que una educación cristiana y religiosa es el medio más rápido y eficaz para dar a la sociedad buenos ciudadanos y a la religión cristianos fervorosos y comprometidos.

Dar a conocer a Jesucristo

Sabéis que el objetivo que persigue la educación marista es dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar.Es el punto de llegada de la educación de la fe. Si no se consigue esto la identidad de la escuela marista quedaría truncada. Se trata de despertar la fe a través de la catequesis y de prepararlos para la recepción de los sacramentos. La catequesis, es una formación orgánica y sistemática de la fe y está estrechamente vinculada con los sacramentos, pues capacita al cristiano para vivir en comunidad y participar activamente en la vida y la misión de la Iglesia. Podrá después continuar con la inserción en comunidades de vida o en grupos cristianos; algunos encontrarán su opción de vida a través de la pastoral vocacional. Para ello, como ha dicho recientemente el papa Francisco, hay que salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

Comprendo las dificultades que experimentáis en la clase de educación religiosa; hay estudiantes desmotivados, insensibles al tema religioso y muy preocupados por las cosas materiales; os invito a especializaros en catequesis, a hacer atractiva la educación religiosa. Acoged a los estudiantes en la catequesis con bondad y simpatía, de tal modo que sientan necesidad de asistir a esta clase no como una penosa obligación sino como una gozosa necesidad. Yo lo hacía así con los niños de todos los rincones de la parroquia de La Valla, de tal manera que asistían a la catequesis en pleno invierno, incluso llegando a primeras horas de la mañana. En las clases de catequesis y educación religiosa hablad a los estudiantes y dejadlos hablar; ayudadlos a descubrir los valores en los que fundamenten sus vidas y enseñadles a amar a Jesús y a María.

Hay que educar a los niños y jóvenes como María educaba a Jesús. Es un gran desafío. Pedid a María que os enseñe a vuestros discípulos a su estilo. Yo os aseguro que si lográis inculcar a los niños el amor a María, los habéis salvado, pues sabéis que ella es nuestra Buena Madre y nuestro Recurso Ordinario, que lo ha hecho todo entre nosotros.

¿Cómo educar y evangelizar?

Hay muchas maneras de evangelizar, pero estoy seguro de que la escuela es un medio privilegiado de educación cristia-na. Hay que cuidar el contexto en el que se educa; es necesario conseguir que la escuela sea un ámbito en el que se pueda educar. Lo hace posible el clima emocional que se vive en ella, los valores que se ofertan, las relaciones interpersonales, el cuidado que tiene la comunidad educativa -padres de familia, directivos, profesores y cuantos trabajan en el colegio- para dar respuesta a las necesidades de los estudiantes y de sus familias.

Por lo que se refiere a la disciplina, nuestra tradición marista se orienta a crear un ambiente de serenidad y orden en el que los estudiantes puedan estudiar y aprender; un clima en el que podamos prevenir los problemas antes de que ocurran. Las normas escolares reflejan el compromiso de propiciar un clima animado de un espíritu evangélico de libertad, respeto y caridad. Esto se consigue promoviendo el diálogo y la tolerancia para ayudar a los estudiantes a vivir de manera positiva la diversidad, cada vez más frecuente, que hay en nuestras escuelas. Hay que crear un clima de aceptación, de respeto y de ayuda, donde los fuertes apoyan a los débiles.

Por propia experiencia he aprendido que el profesor no enseña ni educa sino que su misión es la de poner las condiciones para que el estudiante aprenda, pues el aprendizaje se produce, no cuando alguien -el docente- quiere enseñar o educar, sino cuando alguien -el estudiante- quiere y puede aprender y quiere ser educado y formado. Porque nadie puede aprender por otro, nadie puede hacer por otro lo que uno mismo tiene que hacer, pues la existencia no admite reemplazantes ni sustitutos. Yo llamo a esta actitud responsabilidad ante la vida. Sí, el discípulo es quien toma su vida y su destino entre sus manos y hace lo que quiere con ellos. Lo dijo un gran hombre de vuestro tiempo: No importa lo estrecho del camino,/ cuán cargada de castigo la sentencia./ Soy amo de mi destino,/ soy capitán de mi alma.

Para educar y evangelizar hay que desarrollarla inteligencia y el corazón de los estudiantes. Esto requiere potenciar en los ellos habilidades más o menos generales -capacidades-destrezas-, y valores-actitudes, entendidos como herramientas mentales y emocionales que les permitan aprender cualquier contenido y vivir como honrado ciudadano. Implica el desarrollo de la inteligencia cognitiva y emocional. Entre las capacidades ocupan un lugar especial la comprensión y la expresión, junto con unas pocas capacidades más. En la sociedad en que se vive hoy, los conocimientos son infinitos y perecederos; no se trata tanto de acumular conocimientos, sino de producirlos, asimilarlos y saberlos utilizar.

Hay que velar por el perfeccionamiento intelectual, social y moral de los estudiantes, privilegiando métodos activos y colaborativos, enseñando no solo lo que sea útil, sino los conocimientos esenciales del patrimonio cultural y las grandes cuestiones que la humanidad ha enfrentado y sigue enfrentando aún. Todo ello en un ambiente que privilegie las relaciones personales con respeto, cordialidad y confianza.

Supone también el cultivo de los valores cristianos y el sentido trascendente de la vida, que evite dejar indefensos a los estudiantes ante cualquier ideología, sistema político o económico, secta religiosa, etc. Hay que enseñar a vivir como humanos y formar personas ricas en valores humanos y religiosos. Es el desarrollo de la inteligencia emocional.

El fundamento primero y último de la escuela marista es el mismo Cristo; en él se encuentra la verdad sobre uno mismo, la realización de la vocación en la sociedad y a través de ella la propia felicidad. En definitiva, se trata de educar evangelizando y de evangelizar educando.

¿Cuáles son los desafíos que debéis afrontar?

El hombre actual ha perdido el sentido del misterio inherente a la persona humana; el sentido no se otorga desde fuera, se descubre personalmente cuando se actúa de forma libre, responsable y autónoma. El maestro debe saber que no se educa para poder conseguir algo, ni para servir para algo; educar es dar sentido a la vida y tener razones para vivir; en consecuencia, el docente no debe ser solo un pedagogo, debe ser, sobre todo, un mistagogo, es decir, el que introduce en el misterio de la vida, que permita al estudiante contestar, dentro de sus posibilidades, a estas pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué hago en este mundo? ¿Adónde voy? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué me es lícito esperar?

  1. Dar sentido a la vida

    La finalidad última de la escuela marista es formar-transformar a las personas; en este sentido podemos decir que educar es dar sentido a la vida. He ahí el gran desafío de la educación: ¿Cómo construir la propia identidad?

    La escuela marista está llamada a desarrollar la identidad personal y para ello es necesario que la persona sea protagonista de la propia existencia a través de un proyecto de vida personal. No se puede relacionar uno con los demás si no se tiene identidad propia, si no se tienen convicciones y valores personales. Una misión fundamental de la educación marista es formar personas con criterio propio, con valores, apropiándose de líneas de pensamiento inspiradoras de modelos de vida. No es suficiente proponer una serie de valores humanos y cristianos, es necesario hacerlos vida propia, a través de experiencias personales significativas. Me refiero a la experiencia de sentirse cautivado por el amor incondicional de Dios y de María a uno mismo y a los demás. Esta es, sin duda alguna, la gran fuerza trasformadora de la persona y la fuente de sentido para la vida.

  2. Construir una comunidad educativa

    Yo nunca viví la realidad de la que quiero hablaros ahora; en mi tiempo teníamos pocas escuelas y Herma-nos suficientes para atenderlas en comunidades de dos o de tres Hermanos. Hoy todo se ha hecho más complejo y difícil. En el inicio del siglo XXI ha quedado superada la visión de la escuela en la que solo actuaban religiosos y, acaso, algún colaborador complementario, siempre en minoría. Ante esta nueva realidad os quiero decir que una escuela marista tiene que ser una comunidad educativa evangelizadora y solo lo será cuando todos los integrantes de la misma, -en un proyecto común y cada uno desde su tarea específica-, trabajen en la evangelización. Esto se denomina hoy la misión compartida. Es un gran desafío para vosotros; tenéis que formar comunidades de laicos y hermanos con la misma misión: Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar. Los laicos, por su consagración bautismal, están llamados a evangelizar como miembros de la Iglesia. Todos, hermanos y laicos, debéis sentiros llamados a la misma misión evangelizadora en la Iglesia y en el mundo, a través de la misión compartida. Es uno de los signos de los tiempos, porque estoy convencido de que la evangelización del siglo XXI se hará, sobre todo, por los laicos, o no se hará. En estos tiempos nuevos los laicos maristas sois prolongación de aquellos primeros jóvenes que preparé para ser hermanos educadores; os considero como parte de la familia marista de pleno derecho y os valoro como hijos míos.

    Para ello tenéis que formar comunidades educativas en las que prevalezca el servicio, el compartir, la libertad, la responsabilidad, la fraternidad y familiaridad. Hacer de la comunidad educativa una familia. Para que esto sea posible hay que practicar lo que yo llamaba las pequeñas virtudes, es decir practicar los detalles en la convivencia, como la comprensión, la simpatía, la alegría, la afabilidad, el diálogo, el servicio, la paciencia, la ecuanimidad, la condescendencia, etc.

    De la casa del Hermitage se dijo que era un paraíso, pues allí se trabajaba, todos se querían, los hermanos rezaban, vivían todos unidos y tenían un solo corazón. Un día vino a verme un grupo de Hnos. jóvenes para pedirme permiso para ayunar en la cuaresma y yo les recomendé el ayuno de la práctica de la caridad, de la sencillez, del buen trato a todos, de evitar las críticas y murmuraciones, de la ayuda y la comprensión mutuas, etc.

    Comunidades educativas de este tipo serán comunidades de contraste, capaces de mostrar a las personas que las ven que hay otra forma de educar y de vivir. No hay posibilidad de alcanzar valores superiores -como es educar cristianamente y evangelizar- mientras la base humana, la relación personal, la justicia y la mutua comprensión no sean una realidad en vuestra comunidad colegial. No puede haber comunidad cristiana si antes no hay comunidad humana.

    Hablando a los primeros Hnos. les decía que yo distinguía entre los hermanos criados-servidores y los hermanos hijos de la casa, por el cariño y preocupación que mostraban por todo lo marista y el interés por el bien común. Para ello es necesario formar directores, directivos y profesores competentes que sean capaces, no solo de administrar la institución educativa, sino también de liderar pedagógica y cristianamente el proceso de evangelización y de aprendizaje-enseñanza de los estudiantes.

  3. Queremos educar a todos

    Como consecuencia de la aparición de las tecnologías el mundo se ha globalizado y está conectado por redes invisibles; se ha producido la unificación planetaria. Es necesario favorecer en la comunidad educativa una gran apertura cultural y al mismo tiempo coherencia y testimonio de la propia fe, respetando las convicciones de los demás. Si el mundo es plural, ¿por qué tienen que ser iguales las ideas? Este es el desafío del diálogo en búsqueda de los grandes valores del hombre como la verdad, el bien y la belleza. De este modo la cultura se convierte en un medio de comunión entre los hombres y el saber en un compromiso de servicio. Yo os dije que queríamos que nuestras escuelas llegaran a todo el mundo; como el mundo es multicultural y multirreligioso, hay que favorecer el diálogo entre la fe y la cultura, y para saber dialogar hay que aprender a escuchar a los estudiantes, a los profesores, a las familias y al mundo.

  4. La vida es una educación permanente

    Quiero que ofrezcáis una buena educación a los estudiantes. Es un deber de justicia; si no lo hacéis así les estáis robando su futuro. La excelencia en la calidad educativa requiere una buena formación inicial y conti-nua de los docentes y de los directivos.

    Sabéis muy bien el interés que mostraba en la preparación de los primeros Hermanos; lo hacíamos durante el tiempo de vacaciones. El oficio de maestro es una verdadera misión; no es una profesión, es un ministerio. El oficio de maestro no es un oficio para ganarse la vida, sino para ganar la vida de los demás. Para ello la formación profesional es indispensable pero no suficiente, pues se requiere el manejo de lo que ahora llamáis competencias blandas, como el diálogo, la escucha, la flexibilidad, la apertura al otro, la generosidad, la entrega gratuita e incondicional, el ejemplo de vida, etc.

    Ya os he hablado de que hay que formar una comunidad educativa; para ello, antes hay que formar una comunidad y esto supone crecer en identidad marista a través de la realización de planes de formación para laicos y hermanos, preparar a los responsables de los colegios maristas por medio de una formación permanente en liderazgo educativo y en gestión, así como en espiritualidad, evangelización de los jóvenes, justicia y solidaridad.

  5. Escuela de la solidaridad al servicio de la comunidad

    Termino esta carta con una propuesta. La escuela marista debe ser una escuela del servicio y de la solida-ridad. Esto quiere decir que el centro de la propuesta educativa marista es el servicio a la comunidad. Un servicio entendido desde la lógica de la gratuidad, del don y de la responsabilidad, para contribuir al bien común. Un educador responsable, sea cristiano o no, no puede ser alguien que mira la historia y la realidad del mundo como un simple espectador. Tiene que comprometerse en su transformación y mejora.

    Queridos educadores maristas, frente a la escuela mercantilista y de la utilidad, la escuela marista debe ser la del servicio y de la solidaridad. Educamos en la solidaridad acogiendo en la misma escuela a jóvenes de diferentes contextos sociales y religiosos, así como a estudiantes desfavorecidos y marginados, siendo solidarios con los que más lo necesitan.

    Amigo educador marista, en los tiempos que te ha tocado vivir ya no es posible formar a simples especialistas y tecnócratas, encerrados en sus certezas e insensibles a la vida y a los sufrimientos del prójimo; es necesario formar jóvenes responsables, solidarios, abiertos a la comprensión del otro, disponiendo de conocimientos profesionales sólidos.

    La educación marista tiene como fin contribuir a la formación integral de los estudiantes con principios éticos, comprometidos en la construcción de la paz, de la defensa de los derechos humanos y de la democracia; es educar en la búsqueda de la verdad y del bien, es educar para una libertad responsable y para una solidaridad efectiva. Esto es lo que yo llamaba formar buenos cristianos y honrados ciudadanos.

    La escuela se ve sometida a presión para satisfacer las demandas de una sociedad en la que priva el beneficio a toda costa, que da lugar a la pedagogía de la competición, del individualismo y de la meritocracia sin equidad. El abismo de posibilidades que existen entre los pocos afortunados y los muchos desposeídos se puede reducir mediante una pedagogía del encuentro, de la solidaridad, de la cooperación y de la inclusión.

    Somos llamados a tener una significativa presencia entre los niños y jóvenes vulnerables con una disponibilidad total. Os invito a salir de la propia comodidad y a que os atreváis a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del evangelio y de la cultura. Necesitamos pasión y valentía para cambiar las cosas que no están bien y para comprometernos seriamente en el cuidado de la casa común que es nuestro planeta.

Os invito a formularos esta pregunta clave: ¿Los estudiantes que concluyen los estudios en vuestra escuela marista, son cristianos solidarios y ciudadanos honrados? Mis queridos amigos, corremos el riesgo de convertirnos en víctimas de nuestro propio éxito. A lo mejor, nos aplicamos a lo que hacemos con tanto ahínco que no tenemos tiempo para evaluar si estamos haciendo lo que debemos hacer. Es esencial valorar las cosas, sin perder nunca de vista que no vamos en busca del éxito humano sino de la finalidad que perseguimos: Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar.

Quiero concluir esta carta con un verso que he leído no sé dónde, pero que me parece muy sugerente.

“¿Es tarde?
Es tarde, pero es nuestra hora.
Es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer el futuro.
Es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco”.

Que Dios os bendiga, a vosotros, a vuestras familias y vuestra misión; yo también os bendigo.

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P. Marcelino Champagnat

  1. Es una carta ficticia que permite reflexionar sobre la educación en el siglo XXI a la luz del pensamiento pedagógico y la espiritualidad de Marcelino Champagnat. El autor pone en la pluma de Marcelino aportaciones de la pedagogía actual y de los documentos educativos maristas, expresando ideas que, con seguridad, expresaría Marcelino si viviera hoy. Por razones obvias no se ponen referencias, aunque en el texto hay citas de autores diversos.
Marino Latorre

Marino Latorre

Director de la Escuela de PostGrado de la Universidad Marcelino Champagnat. Licenciado en Ciencias con especialidad en Químicas por la Universidad de Valencia. Realizó sus estudios de doctorado en la Universidad de Alicante (España). Es Doctor en Educación, mención Psicopedagogía, por la Universidad Marcelino Champagnat de Lima.

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